domingo, 19 de febrero de 2012

El flaco favor de los sindicatos a los trabajadores

Tenía 18 años cuando empecé a trabajar por primera vez. Recuerdo la sensación que me producía el nudo en el estómago, como si fuera ayer. Desde bien temprano, me levanté, me duché, desayuné y me vestí para la ocasión. Como estaba recién llegada aún no tenía uniforme por lo que procuré vestirme de chaqueta intentando no desentonar con el resto de compañeros. Camino del trabajo, las piernas me temblaban y por supuesto no me atrevía a decirle a mi padre, que me acompañaba, que estaba tremendamente asustada.

A las ocho en punto, me presenté ante el "Sr. Director" con mi cara de no haber roto un plato en mi vida (a esa edad, allá por 1982 había roto pocos, ciertamente) y abrí ojos y oídos al máximo para procurar empaparme de todo cuanto pude, ya que no tenía ni idea de lo que tenía que hacer en ese puesto. Os preguntaréis por qué me eligieron a mí y no a otra persona con más experiencia y tiene respuesta: era una de las tres personas que en aquel entonces hablaba un inglés fluido en Córdoba, las otras dos eran mis hermanas mayores. Dominar el idioma inglés era, sin duda, imprescindible, para aquel puesto y curiosamente ninguno de mis diez compañeros lo hablaban... alguno chapurreaba un poco de "spanglish" á fuerza de tratar con extanjeros y llevar trabajando en esa misma empresa durante muchos años. Pero aparte del dominio del idioma, no tenía ni un ápice de experiencia ni conocimiento de aquello para lo que me habían contratado.

Al cabo de dos semanas, gracias a la dedicación y voluntad de enseñarme de "alguno" de mis compañeros (otros me veían como una clara amenaza: pimera mujer en el departamento, joven, con muchas ganas de trabajar y no demasiado tonta) ya empezaba a familiarizarme con el complejo sistema de trabajo que tenían implantado para un negocio "a priori" bastante sencillo. Indudablemente por aquel entonces ni soñar con lo que era un ordenador. La "máquina Anker" era la que a base de golpes cuando se atrancaba nos sacaba de apuros y nos permitía conocer la productividad del negocio con cierta fiabilidad (a los años llegó la NCR, toda una revolución) algún día contaré la crisis tan profunda que produjo la llegada de los primeros ordenadores (IBM, por supuesto). Para entonces ya había ascendido a jefe de departamento y me jugué la cabeza literalmente al "obligarles" de un día para otro a retirar cualquier otro soporte documental que no fuera el informático... pero esto merece un capítulo aparte.

El primer mes pasó de forma muy rápida para mí, me resultó excitante y acumulé más información en mi cabeza de la que pensaba que era capaz. Aún así, yo sentía que aún me quedaba muchísimo por aprender, y aunque ponía de mi parte, no solo atención, si no horas y horas de trabajo extra (solía quedarme dos o tres horas después de mi horario de salida para aprender más) consideraba que aquello era un gran aprendizaje para mí... una gran apuesta por parte de la empresa y sin duda una aventura para ambos.

Bien, pues llegó final de mes... todos mis compañeros bajaron a la oficina de administración a cobrar su sueldo (entonces se cobraba en metálico) pero yo no lo hice, tanto fue así que no solo no bajé a cobrar si no que tuve al director de administración detrás de mi un par de meses recordándome continuamente que tenía el dinero allí preparado para dármelo. Me decía que pasara por la oficina para firmar y recogerlo y yo con evasivas le toreaba hasta que un día me dijo: "¿pero es que no quieres cobrar?" a lo que yo, como una adolescente que era, le contesté: "es que me da vergüenza cobrar porque no creo merecerlo". 

Cuando cuento esto a personas jóvenes que están a punto de comenzar en su vida laboral, se echan las manos a la cabeza y posiblemente alguno no se lo crea.  Pero la realidad es que, cuando se empieza a trabajar por primera vez en una empresa, por muy hábil que se sea, la realidad es que se trata de un aprendizaje, puesto que el trabajador en esa circunstancia no es en absoluto productivo durante los primeros meses (en unos casos más que en otros).

En cualquier caso, a donde quiero llegar es a que para exigir, antes hay que demostrar y lamentablemente en nuestra cultura (sálvese quien pueda) estamos muy acostumbrados a exigir porque nos creemos con ese derecho sin más. Entiendo que los sindicatos deben velar porque las condiciones del trabajador sean óptimas, y que estén ahí para defenderles ante injusticias que se pudieran cometer,  pero lo que no entenderé jamás es que los sindicatos se dediquen a exigir sin más, a no utilizar el sentido común y a "vivir del cuento" disfrazándose de samaritanos. Tanto es así, que hoy por hoy somos el país menos productivo de Europa y el que posiblemente ofrezca más derechos al trabajador. Si eso es justicia y hacer las cosas bien, que venga Dios (o quien sea) y lo vea.

Quiero pensar que los sindicatos no se han parado a pensar en el flaco favor que les hacen a los trabajadores, convirtiéndoles en seres con poca capacidad y/o deseo de esfuerzo, de demostrar, de crecer profesionalmente. Considero que distorsionan la visión de la realidad, y les inducen a la  poca implicación en la empresa con su consecuente desmotivación tan necesaria para "hacer las cosas bien".  Al final, pierden todos: la empresa cuenta con trabajadores exigentes y poco productivos y los trabajadores están desmotivados y no encuentran su "por qué" tan necesario para ser feliz en esta vida y máxime en la vida laboral en la que nos pasamos gran parte de ella. 

Creo profundamente en la justicia, y si hay empresarios "negreros" por supuesto que hay que luchar contra ello, pero también creo que el empresario que se precie sabe que cuando te centras en las personas, los resultados son mucho mejores. Los sindicatos, a mi entender en este proceso, lo único que consiguen es "cortocircuitar" y alejar a ambos de sus objetivos.  Defender injusticias? Por supuesto! Pero no demagogia barata que confude, manipula y priva del mas preciado de los derechos: la libertad de elegir.

Por eso... cuando entrevisto a alguien que aún tiene que demostrar y me pregunta que cuanto va a cobrar... no puedo evitar pensar que es "víctima del sindicalismo" y entre otras sensaciones, me da mucha pena.





1 comentario:

  1. Buen post Rafi, pero no tengo claro que toda la culpa sea de los sindicatos. Hay un componente cultural en este país que nos está haciendo mucho daño. Tenemos todos los derechos del mundo y ninguna obligación. Esto se traslada a todos los ámbitos, no sólo al terreno laboral. Valorar el esfuerzo como única vía para conseguir lo que queremos, será el primer paso para superar la crisis.

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